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miércoles, 23 de mayo de 2012

Himalaya

Después de unas horas que parecieron muchas más, ÉL por fin había llegado a su destino. No podía ascender mas. Era la última parada del tren de su existencia.

El sol empezaba a salir y ÉL se quitó toda la parafernalia que llevaba en la cara para poder sentir el viento y el frío, más frío que nunca.Y, pese a las extremas condiciones y a todas las sensaciones malas que ellas le provocaban en su cuerpo, ÉL lo sintió puro y bailando libremente por su rostro.

Sus ojos buscaron el horizonte y lo observaron. Y ya no pudieron dejar de hacerlo. A partir de ese momento, los ojos de ÉL se convertirían en los culpables de todo lo que estaba a punto de pasar. Por que los ojos de ÉL le permitían ver. Una acción tan básica provocaba una reacción tan compleja.

Los ojos de ÉL no pudieron aguantar las lágrimas de felicidad y, pero esas lágrimas no iban a vivir mucho. Por que esas lágrimas estaban condenadas a desaparecer en cuanto tomaran contacto con su piel.

Así que lloró lágrimas congeladas por fuera y ríos de lágrimas por dentro.

Los ojos de ÉL vieron como el sol se levantaba y proyectaba la sombra más brutal que habían visto. Y probablemente la sombra más brutal que exista. Y, sin ningún tipo de duda, la sombra más difícil de ver. Y sí, puede que sólo sea una sombra, una simple silueta, pero era la más especial.

Y ÉL lo sabía. Lo que ya no sabía, por culpa de la hipoxia, era que contemplar demasiado tiempo esa sombra era letal. Privado de ese dato, ÉL siguió gozando de la vista privilegiada que la naturaleza le brindaba.

Dentro de ÉL iban y venían rayos de sensaciones. Primero fueron impulsos cortos, luego se volvieron en pequeños amagos de sentimientos, hasta que se transformaron en auténticos rayos de sensaciones incontrolables.

Y ÉL, por fin, se dio cuenta de que todo el sufrimiento, todo el dolor, todo el trabajo, todo el agotamiento, todo el cansancio, todo el tiempo y todo el material valió la pena. Valió mucho más de lo que ÉL jamás hubiese imaginado. Por que al fin y al cabo todo se reduce a lo que ÉL siente que le hace feliz. Y en ese momento ÉL era el organismo más feliz. Cuando su cuerpo contradecía a su mente, su corazón se unía a ésta y volvía a tener fuerzas para dar el siguiente paso.

Se demostró a sí mismo que el corazón y los sentimientos lideran la lista de esos valores humanos que no tienen precio. Y que el agotamiento físico que sentía allí desapareció cuando alcanzó lo que tanto codiciaba en su incansable búsqueda; el techo del mundo. Y eso le emocionaba.

Su pasión hizo que ÉL quisiera que sus ojos contemplaran la mayor salvajada de la naturaleza.

Y como la naturaleza es impiadosa, así como la selección natural, ÉL perdió el control de su cuerpo y de sus sensaciones.

Así que cuando su cuerpo y corazón empezaron a apagarse, la mayor de las sensaciones empezó a nacer.

Se estaba muriendo, pero en ese momento, ÉL se sintió más vivo que nunca.


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